El café que millones de personas toman en el desayudo parece
inofensivo desde el punto de vista del medio ambiente, pero la próxima
vez que se prepare una taza puede pensar si la expansión de los cultivos
de esa planta tan aromática y estimulante es una amenaza para la
biodiversidad allá donde se cultiva. Lo es. Para conocer y medir el
efecto del consumo, sobre todo en los países desarrollados, no basta con
buscar en el entorno inmediato, hay que mirar lejos. Por ejemplo en
México, Colombia y en Indonesia, en el caso del café. Pero hay
muchísimos más productos consumidos en unos rincones del globo
responsables de la devastación de hábitats en otros, y además, pasando
por una intrincada red de distribución comercial o de transformación de
las materias primas. Un equipo internacional de científicos ha
cuantificado este fenómeno a gran escala y concluye que al menos el 30%
de las amenazas para la biodiversidad, excluyendo la debida a las
especies invasoras, proceden del comercio internacional. Los diez países
más importantes que
importan esas amenazas (asociadas al
consumo de bienes producidos fuera de sus fronteras) son Estados Unidos,
Japón. Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, España, Corea del sur y
Canadá. Los diez primeros de la lista de
exportadores son:
Camerún, Camboya, Rusia, Tailandia, Sri Lanka, Filipinas, Malasia, Papúa
Nueva Guinea, Madagascar e Indonesia, según los cálculos realizados por
el equipo de expertos, liderado por Manfred Lenzen (
Universidad de Sidney, en Australia).
“Las actividades humanas están causando la sexta extinción masiva del
planeta, un caída acelerada actual de la reserva de biodiversidad
biológica con tasas entre cien y mil veces superiores a la era
preindustrial”, recuerdan estos investigadores en su artículo publicado
en la revista
Nature.
“Históricamente, la intrusión —de bajo impacto— en los hábitats de las
especies respondía a la demanda local de comida, combustible y espacio
habitable. Sin embargo, en la actual economía cada vez más globalizada,
las cadenas de comercio internacional aceleran la degradación de
hábitats muy lejos de los lugares de consumo”. Los mecanismos implicados
y los efectos se conocen mal.
La araña mono está amenazada por la extensión de las plantaciones de café y cacao
Pero los casos de amenaza para la biodiversidad a distancia son
numerosos, recuerdan estos científicos: la soja y la producción de carne
con su efecto negativo sobre la selva en Brasil; la pesca den Nueva
Guinea Papúa, las plantaciones para obtener aceite de palma en Indonesia
y en Malasia o la captura de peces de colores para acuarios en Vietnam,
por citar unos pocos. Uno de los casos concretos que apuntan los
investigadores es el de la araña mono (
Ateles geoffroyi), que
está en peligro y amenazada por pérdida de hábitat a medida que se
extienden las plantaciones de café y cacao en México y Centroamérica.
Lenzen y sus colegas de Australia, Italia y Japón han cruzado los datos
de 15.000 especies amenazadas en la Lista Roja de la
Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN)
con más de 15.000 productos originados en 187 países para evaluar el
impacto ambiental. Además han tenido en cuenta en sus análisis las
intrincadas vías de distribución y transformación desde el productor
original de la materia prima hasta el consumidor del bien acabado, en
las que a menudo están implicados más de dos países. Productos agrícolas
y madera de Guinea Nueva Papúa (donde 171 especies están amenazadas por
estas importaciones) acaban en Japón, pero pasando por Malasia,
Indonesia, Hong Kong, Taiwan, Australia o Tailandia. “Lo que hemos
descubierto demuestra que las amenazas locales están directamente
alimentadas por la actividad económica y la demanda de los consumidores
en todo el mundo”, escriben Lenzen y sus colegas en
Nature.
Para manejar todos los datos debidamente, han desarrollado un complejo
modelo por ordenador que relaciona la presión medioambiental y el
impacto en los ecosistemas con la producción y el comercio mundiales.
La biodiversidad, además, no es la única amenaza medioambiental cuya
responsabilidad recae, en gran medida, a distancia del daño infringido.
Lo mismo pasa con la contaminación, por ejemplo en China, generada por
la producción pasiva de bienes y productos para la exportación.
Los investigadores proponen un etiquetado con información sobre la huella en la biodiversidad de muchos productos
“Si usted compra un juego de ajedrez con piezas hechas de marfil,
puede sospechar que está contribuyendo a la matanza de elefantes. Pero
si compra una salchicha no puede saber si el cerdo con el que se ha
hecho estaba alimentado de soja de una granja que se ha extendido en lo
que antes era el hábitat de los elefantes. El efecto sobre la diversidad
de las especies, sin embargo, es similar”, señala el especialista
noruego Edgar Hertwich al comentar en
Nature el trabajo de sus colegas.
La investigación no se limita a desentrañar la interrelación entre
pérdida de biodiversidad y consumo remoto, sino que toma en
consideración iniciativas que pueden atenuar los efectos. Y los
mecanismos para una justa distribución de las responsabilidades no
tienen por qué partir de cero. Lenzen y sus colegas recuerdan que las
autoridades chinas apuntan que debería recaer parte de emisiones de
gases de efecto invernadero de su país en la contabilidad de los países
importadores de esos bienes. La biodiversidad podría aprovechar
idénticos conceptos y métodos, dicen estos expertos. Otra iniciativa
interesante es la del Convenio Cites, que regula el comercio
internacional de especies amenazadas (actualmente protege más de 30.000)
con certificados, cuotas y regulaciones. ¿Por qué limitarse a la
protección directa de las especies y no abarcar también las actividades
económicas que las ponen en peligro?, sugiere el equipo de Lenzen. La
concienciación de la sociedad, el etiquetado apropiado con información
sobre la huella en la biodiversidad en muchos producto o la extensión de
las regulaciones medioambientales a los países que reciben en su
territorio actividades económicas deslocalizadas son ideas a tener en
cuenta.