Por Juan Carlos del Olmo.
De nuevo, el petróleo es protagonista de la que con toda probabilidad será una de las mayores catástrofes ambientales en el medio marino. Las imágenes de petróleo ardiendo en las aguas nos recuerdan, una vez más, los enormes riesgos de la explotación de petróleo y gas para el medio ambiente y el bienestar económico de las regiones costeras mientras que los satélites nos muestran con claridad estremecedora cómo la mancha provocada tras la explosión de una plataforma petrolífera frente al Golfo de México llega a las costas estadounidenses.
Nadie puede calcular la magnitud del desastre, pero sin duda estamos ante una situación crítica que contaminará zonas de un extraordinario valor ambiental durante décadas. Veremos cómo evoluciona en los próximos días y semanas. La petrolera BP, que gestiona la plataforma, ha anunciado que se hará responsable de la limpieza y que pagará las reclamaciones de las personas afectadas, pero ¿quién cuantificará el valor de los ecosistemas afectados y quién pagará por estos daños?
Mientras tanto, es inevitable pensar que el impacto ambiental sería incluso mucho mayor si este vertido hubiera tenido lugar en el remoto entorno del Ártico, donde la severidad de las tormentas y el grosor del hielo imposibilitarían la respuesta a un vertido, aunque fuera de menor magnitud. Por ello, el plan anunciado por Obama el pasado mes de marzo que abre las puertas a nuevas prospecciones no sólo en el Golfo de México sino en la costa atlántica estadounidense y en Alaska disparó todas las alarmas. Ahora parece que, en el fragor de la respuesta a este desastre, la Casa Blanca anuncia la congelación de esos planes.
Esperemos que sea así, y que se retiren los permisos de explotación petrolífera en el Ártico previstos para julio de este año, aún pendientes de la aprobación del informe de impacto ambiental. Aún más, el accidente de esta plataforma debería suponer de forma inmediata la paralización de la explotación de gas y petróleo en las aguas del Ártico. Y la cancelación de las licencias de explotación en los mares Beaufort y Chukchi, que fueron aprobadas durante la administración Bush.
Han pasado más de dos décadas desde que se produjo la catástrofe del Exxon Valdez, que liberó 40 millones de litros de petróleo en las aguas cristalinas del golfo del Príncipe Guillermo (Alaska, EEUU), acabando con la vida de millones de animales marinos y aves. Los efectos devastadores de esta catástrofe continúan dejándose sentir hasta hoy.
¿Cuándo vamos a aprender la lección? ¿Va a replantearse Obama de una vez por todas la adicción de Estados Unidos al petróleo y poner en marcha de verdad un nuevo modelo energético que minimice estos riesgos?